A partir del último cuarto del siglo XIX, con una República nueva y en proceso de estabilización, la minería tradicional comenzó a tambalear. El cobre tenía un precio elevado a nivel internacional y sin una modernización correcta, ni una mejora en el trato a la mano de obra, se continuó explotando depósitos superficiales de alta ley, agotando los materiales tradicionales. Por ello, cuando Estados Unidos comenzó a explotar y exportar a gran escala cobre de baja ley, los precios cayeron. Los financistas y los trabajadores de la minería dejaron de lado el cobre y se trasladaron más al norte, a explotar el salitre. Poco antes de 1900, los empresarios forman la Sociedad Nacional de Minería, en un esfuerzo por levantar la actividad, tratando de mejorar la legislación, crear una escuela para formar mineros, instalar centrales hidroeléctricas y formar un cuerpo de ingenieros fiscales que prestaran asesoría técnica a los mineros, pero sus ideas no lograron hacerse realidad. Algunos pequeños y medianos mineros del Norte Chico sobrevivieron las dos primeras décadas del siglo XX extrayendo a mano el cobre de piques poco profundos. Como las fundiciones habían cerrado, vendían su producción en bruto a casas extranjeras a precios bajísimos. La mediana minería nacional produjo unas 24 mil toneladas de cobre anuales durante ese período.
Con la Independencia, la industria cuprífera alcanzó mejores niveles de explotación. El libre comercio y menores derechos aduaneros facilitaron a comerciantes y mineros europeos instalarse en Chile.
La crisis llegó a su punto culmine en la década de 1920, a las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, la crisis de la minería del Salitre y las consecuencias de la “cuestión social” se le sumó, un terremoto y tsunami el 10 de noviembre de 1922, que arrasó con las mineras de Atacama y del norte de la región de Coquimbo, con ellos las últimas instalaciones de fundición en la zona fueron cerradas.
A fines del siglo XX, Chile había recuperado el primer lugar como productor de cobre. La minería del Norte Chico, aunque importante para la región, jugó un rol secundario en esta proeza. La provincia de Choapa tenía un depósito que podía devolverle protagonismo a la región –Los Pelambres–, pero nadie se decidía a explotarlo. Rica en cobre y molibdeno, su explotación requería grandes capitales que sus dueños no poseían. A comienzos de los años ochenta, llegó hasta la zona de Pelambres el empresario chileno Andrónico Luksic Abaroa, guiado por pirquineros que creían que en lo alto de la cordillera de la Cuarta Región podría haber un gran tesoro cuprífero en lo que hasta entonces no era más que un pique.
Cuando los arrieros cruzaban a lomo de mula junto a sus rebaños, cierto arroyo ubicado en la cordillera de la cuarta región, veían con pesar que las canillas de los animales terminaban descueradas.
Tras dos años de gestiones y comprometer el todo su capital para este proyecto, un consorcio japonés creyó en la propuesta de Andrónico Luksic y surgió la Minera Los Pelambres. Los estudios de factibilidad e impacto ambiental se iniciaron en 1997 y un año después comenzó la construcción de las instalaciones. A fines de 1999, la mina a tajo abierto se puso en marcha con una producción de 80 mil toneladas de mineral diarias. Este centro lleva su nombre, como homenaje a este “minero del alma”, quien aprendió a detectar yacimientos durante sus recorridos por el desierto atacameño, habilidad que lo convirtió en uno de los principales empresarios de la mediana minería, hasta que dio el salto a la gran minería con Los Pelambres.